Reseña
Por Jhonny J. Pacheco
Richard Millet. El gusto de las mujeres feas.
Estruendomudo. Lima, 2005, 140 pp.
A lo largo de nuestra vida tenemos la necesidad de escribir para no sentirnos solos, salir de la monotonía, engañar a la realidad, sentirnos deseados y realizados, construir un mundo donde seamos los héroes y no los villanos. Escribir es lo dicho: crear, construir, inventar. Y cuando regresamos a nuestro presente, estaremos aquí, completamente solos, aislados, sin poder salir del miedo de nuestra incomprendida soledad.
Describir esta soledad, este mundo interior, es tan extraño y tan lejano para uno mismo. Esta ha sido la difícil tarea que el francés Richard Millet ha intentado plasmar en las páginas de su libro El gusto de las mujeres feas. Además este libro, apertura la nueva serie de libros denominados Tránsfugas de la joven editorial Estruendomudo, en la cual se publicarán traducciones de libros que tienen cierto reconocimiento en otros países y que no son muy difundidos en nuestro medio literario.
La novela se configura a través del narrador, que a la vez es personaje y que no sabemos su nombre. A través de sus ojos y sus comentarios, comenzamos a conocer, no muy minucioso, el pueblo de Siom, done se sitúa en principio la historia. Y solo mediante él, nos acercaremos a las demás personas: su hermana (que tampoco tiene nombre), Marie-Laure Espinasse, Brigitte Nègre, Catherine Lucet, Claudine Lafontaine; observando sus actitudes entrando a su psicología, asimilando sus pensamientos y sus decires, provocando, a veces, nuestra compasión.
En esta narración no encontramos aventuras, ni técnicas elaboradas, datos sueltos, historias sobre otra historia, sino reflexiones y pensamientos sobre la condición de la soledad de este ser humano contemporáneo, absorbido por este mundo voraz por la apariencia, dejando de lado el otro rostro que es la conciencia, este universo interior que muchas veces oculta el verdadero rostro de la persona.
Como se ha mencionado el narrador-protagonista presenta el mundo por medio de él, bajo su mirada muy paciente, a la espera de comprensión y de un querer. Él comienza un viaje, que no es propiamente físico, sino vivencial. Porque al salir del mundo, conocer personas (sobre todo mujeres), le harán cambiar de opinión sobre aquellas mujeres consideradas feas, debido a ese gusto estético de esta época subordinada a lo material.
Ese gusto extraño, incapaz de entenderse, es lo que hará volver, en primera instancia, su mirada a esas mujeres que no habían sido deseadas; comprenderá que es igual que ellas: exitosas en el aspecto social, pero vacías en el alma. En segundo lugar, provocará en él, un cuestionamiento de su ser que se extenderá a su relación con el mundo, con sus seres queridos y al develamiento de que su soledad no solo es de él sino del mundo y que lamentablemente no podrán salir de ese estado tan extraño y desconcertante.
Si la escritura de un libro es la concreción de una vida distinta de la que se vive, la lectura de este, aparte ser una fuga de la realidad, también desatará un cuestionamiento y debate sobre nosotros, si verdaderamente sentimos el gusto de aislarnos del mundo. Por ello El gusto de las mujeres feas es un libro, en el cual tal vez, no encontremos herencia explicita de un Flaubert, un Sthendal o rasgos del noveau roman, sino una prosa justa, aletargada por momentos, concisa y reflexiva de Richard Millet que invita y muestra un mundo configurado que parece cercano, pero también extraño.
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